EDUCAR BIEN CON JUAN RUIZ

miércoles, febrero 28, 2007

LA FIEBRE

Es habitual en esta época del año, en el que proliferan los catarros y las gripes, que las madres se preocupen ante episodios de fiebre de sus hijos, más cuanto menor es el pequeño. Es una situación que genera ansiedad porque siempre vemos a la fiebre como un enemigo, cuando la mayor parte de las veces actúa para nosotros.

Es importante saber que el tratamiento inmediato de la fiebre nunca es aconsejable por varios motivos. En primer lugar porque es una señal que manda el cuerpo para informarnos de que algo anda mal. Además el aumento de la temperatura estimula la producción de glóbulos blancos y anticuerpos para defendernos. Otra utilidad que suele pasar bastante desapercibida, es que las bacterias y virus actúan de manera óptima para reproducirse a 36,8ºC, con lo que si el cuerpo aumenta la temperatura está poniéndole las cosas más difíciles de la cuenta a esos “visitantes inesperados”.


Algunos médicos han señalado también, que ya que la fiebre estimula la hormona de crecimiento (y todos recordamos estirones importantes de nuestros hijos tras fiebres muy altas), es una manera de poner a prueba todo el sistema de evolución, ya que la elección natural actúa haciendo más fuertes y grandes a aquellos seres que sobreviven con mayor facilidad a las enfermedades.


También es importante que valoremos que los niños tienen temperaturas más altas que los adultos, que por la tarde, en situaciones normales y después de haber jugado un buen rato en el patio, no es raro que pueden tener 37,5º C de temperatura y no ser fiebre.


La gran preocupación de cualquier padre es siempre que la fiebre elevada si no se baja seguirá subiendo hasta extremos inalcanzables, cosa que no ocurre, porque en nuestro medio rara vez una fiebre pasa de 39,5º. Y para que una fiebre cause daños en el cerebro de nuestros hijos, ésta tiene que llegar hasta los 42º y mantenerse ahí un buen tiempo. En cuanto a las convulsiones febriles, aparte de ser bastante raras, suelen resolverse sin mayores consecuencias para el pequeño.


En resumen, si nuestro hijo tiene fiebre, habrá que buscar el origen de ésta, y tranquilizarnos, porque no por más alta la fiebre, más grave la enfermedad. Sólo indica que el organismo se prepara para combatir aquello que nos invade.

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lunes, febrero 19, 2007

LA IMPORTANCIA DE LO QUÉ DECIMOS CUANDO VAMOS AL MÉDICO

Muchas veces no sabemos como es posible que haya niños en una consulta que nunca rechisten ante las “perrerías” que un médico les hace en la consulta, y otros, habitualmente tiernos y tranquilos, se conviertan en la niña del exorcista ante la mera visión de un depresor lingual o un fonendo. Muchos podrán argüir que puede deberse a la bata blanca o a la simple asistencia a una consulta, pero todo médico que haya echo visita a domicilio habrá visto los mismos resultados, incluso entre los miembros más pequeños de la familia propia, con lo que también queda descartado la atenuante de la confianza.

Es seguro que parte de la culpa es del médico, que si ya de por sí tiene que ser capaz de empatizar con un adulto para generar confianza, es mucho más importante esta característica cuando tratamos con niños, mucho más vulnerables.


Pero es también que los padres sean capaces ellos mismos de generar esa confianza a sus hijos. Si estos ven temerosos o nerviosos a sus papis ante la visita del médico esto se contagiará. Es más importante incluso lo que decimos. La famosa advertencia de “si te portas mal el doctor te pinchará” es casi sinónimo de que ese niño siempre, siempre verá al médico como un enemigo. Hay que intentar hacer desaparecer del vocabulario palabras como dolor, ya que predisponen a cerebros hiperactivos como los de nuestros pequeños a lo peor; también hay que demostrar confianza en el personal sanitario, saludándoles de manera amistosa ante el enfermo y hablando siempre bien del niño o niña, para que este refuerce su autoestima y lo quiera corroborar delante del médico, enfermera o dentista. Y siempre tratar con paciencia la enfermedad de nuestros hijos, ya que son pequeños y o son capaces de racionalizar como los adultos sus síntomas y sensaciones, con lo que siempre se rebelarán ante su situación, que ellos no entienden, incluyendo por supuesto la visita del médico.

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